Reseña del cuento "El último verano" de Amparo Dávila.



Asfixia, insomnio, sudores fríos, sombras que acechan los pensamientos de los niños temerosos de madrugada; paranoia, rincones, demencia, ansiedad y sollozos, ese es el mundo de muñecas rotas al que nos transporta en cada una de sus lecturas, (tanto en Salmos bajo la luna (1950), como en Muerte en el bosque (1985)), Amparo Dávila, escritora nacida en 1928 en los Pinos, Zacatecas; pueblo mágico en donde creció rodeada del frío, muerte, ansiedad y libros, que pronto reflejaría en su obra literaria.

Dávila crea sentimientos del polvo dentro del lector, juega con ellos, los hace añicos, sufre y se ríe, luego los resucita para crucificarlos, para poder amarla, siguiendo la línea que marca su detallada narrativa taladrada a base de puras vivencias –cuenta ella-. Cada coma es un alfiler rozándonos la piel blanda, es imposible no seguir entre los párrafos, aunque  avancemos en suspenso…
Tal es el caso del cuento “El último verano” (Árboles petrificados, 1977),  en el que en tercera persona, conocemos a una mujer ya en sus cuarenta y tantos años, contemplándose en el espejo a la vez que lo hace con su vida, con el pesar que implica existir cuando ya todos los sueños se han agotado, pareciendo no haber más fuerzas internas como ser humano; aun así, ella se ve obligada a atender una familia de seis hijos y un desinteresado esposo, no conforme con eso, recibe la noticia de que será madre otra vez.

Llena de incertidumbre y negatividad, nuestra protagonista cierra poco a poco su mundo, culminando el día en que espontáneamente aborta una amapola deshojada, que después echa a los gusanos para esconder la desgracia… Desgracia que muy lentamente la hará retorcerse de intranquilidades que toman forma de espanto, de espectros que observan desde el otro lado del cuarto.
La culpa, temática cumbre dentro del cuento, nos despliega una serie de sentimientos como la ansiedad intensa, de esas que llevan a la enajenación mental y nos sugestionan al punto de pensar en otredades que vendrán a consumirnos más rápido que nuestros pensamientos. Es eso lo que aqueja a la protagonista, y en lo que coincidiríamos cualquiera de nosotros en este terrible caso. ¿O acaso dejar morir no es asesinar? ¿Pero cómo asesinar algo que aún no tenía forma? Pensarán los defensores del aborto. ¿Cómo añorar algo que no queríamos?  Todas estas preguntas nos llevan a pensar en su  formación religiosa y moral, que en todo caso, sería una formación estándar dentro de este país católico.

El cuento es dividido en dos sensaciones, una pasiva y otra activa. La pasiva abarca desde el principio hasta el momento en que aborta el embrión, donde hasta ahora, la técnica narrativa ha girado en torno a emociones grises como la tristeza, nostalgia y aburrimiento. Las ideas van siendo escritas en oraciones largas, con un mismo ritmo. El punto de quiebre viene cuando ella y Pepe, su esposo, entierran los restos del hijo muerto; para eso la mujer ha creído alcanzar la paz  al ser libre de su “problema”. De ahí se dispara la sensación activa, donde ella cae en un estado insostenible de pánico, en el que ni siquiera es capaz de llevar a cabo sus tareas cotidianas, a partir de este punto cambia el ritmo de la lectura, aparecen las oraciones cortas, las pausas desesperadas que entrecortan la lectura, obligándonos  a retener el aire y de esta forma llegar a emular las sensaciones de los personajes.

Es impresionante como Amparo roza la línea delgada entre la realidad y una fantasía comparable a la de Cortázar, con acierto, técnicas sencillas y un lenguaje claro sin caer en lugares comunes dentro de sus imágenes como narradora, enamorando así a lectores tanto amateurs como maduros, a la raya del suspenso.

 Joyas de la literatura fantástica y horror mexicano, de esta manera  aprecian los intelectuales a la obra completa de esta Zacatecana a quien se le brindo homenaje en Bellas Artes (2011), a 50 años de trayectoria literaria, y se le dará un homenaje breve dentro de la Feria  Internacional del Libro del Palacio de Minería en este mes de Febrero.


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