"Orbit"

Cuando era niña, mi abuelita siempre me contaba un sin fin de historias disparatadas, que por supuesto, yo nunca creí. Noche tras noche, mi abuela me leía los clásicos cuentos de absurdas princesas que eran maltratadas por brujas, pero que al final eran rescatadas por sus príncipes azules que las rescataban, las llevaban a sus enormes castillos y vivían felices para siempre, ¡nunca se equivocaban con los hombres!, eso siempre me molesto. ¿Por qué a Blanca Nieves no le toco un marido golpeador y borracho? ¿Qué? ¿Acaso sólo porque son de la realeza significa que son buenos y perfectos? ¡Claro que no! Es por eso que yo nunca creí en ilusiones, sólo en la realidad; lo que lloraba, lo que tocaba, lo que sentía, lo que veía, lo que dolía… en la verdad.

Como podrán darse cuenta, nunca fui una chica fácil de convencer, siempre necesitaba cerciorarme de las cosas antes de confiar en ellas. Y ese era mi mundo, esa era mi forma de pensar y proceder, hasta aquél día en el que choque con la tirana realidad y me di cuenta que el mundo que yo había conocido desde pequeña, ya no estaba ahí.

Era una linda mañana, calurosa, típica de junio. Yo desperté y rápidamente corrí hacia el tocador para ver la hora, pero sentí el suelo tan frío, que grité y desperté al pobrecito de Lalo, mi perrito chihuahueño, el cual estaba muy mal de salud pues hacía una semana que lo había atropellado el camión de la basura mientras él orinaba sobre una de las llantas de dicho transporte.

-¡Déjame dormir cabrona! ¡Cállate! ¡Ya me tienes harto de tanta babosada!

¿Qué? No lo podía creer. Lalo estaba hablando, y encima de eso hasta estaba enojado conmigo.

-Pero, pero… por qué, si los animales simplemente ¡no pueden hablar! ¿Qué rayos me estaba sucediendo? ¿Será que habré tomado algo…? ¡No! ¡Yo no soy drogadicta! Y anoche no tome ni una sola gota de alcohol. ¿Qué me esta pasando? ¿Me estaré volviendo loca? No ¡Ya sé! Estoy soñando. ¡Si, es eso! ¡Esto es un sueño! ¡Esto no es real!

-¡Esto es real! ¡Mira la caquita que te dejé anoche! ¿La ves? Ahí está. ¿Sientes el olor? Es real. ¡Límpiala!

-No ¡Esto es un sueño!

Fui a mi cama, me acosté y me tapé con las sábanas hasta la cabeza. 1, 2, 3. Abrí los ojos y todo seguía igual. La popo de Lalo seguía ahí, y en verdad olía muy feo. ¿Qué me quedaba? Sólo vivir lo que estaba sucediendo, y bueno, si esto era un sueño, al fin y al cabo, tarde o temprano tendría que despertar ¿no?

Entonces me destapé y me asomé debajo de mi cama para sacar mis sandalias, pero no estaban ahí.

-Lalo, ¿dónde están mis sandalias?
-¡Ah! ¡Ahora si te dignas a conversar conmigo! ¿Verdad?

-¿Dónde están mis sandalias? ¿A dónde te las llevaste?

-¿Yo? Esas malditas sandalias verdes me estuvieron molestando toda la noche, entonces les tuve que poner un alto. Las tome del hule y las encerré en el baño.

-¿Cómo que te molestaron? ¡Ay Lalo! ¡Psicótico! Las sandalias no tienen vida como tu y yo, simplemente son un calzado que usamos los humanos.

-¡Claro Einstein! ¡Ve y compruébalo por ti misma! Sólo que ten cuidado con esas horribles zapatillas de punta de aguja, porque esas si están dementes y son capaces de descalabrarte sin piedad alguna.

-¿Qué? ¡Tú fuiste el que se llevó mis zapatillas! ¿Qué les hiciste? ¿Tienes idea de cuanto me costaron? ¡Eh! ¡Llévame ahora mismo a donde las escondiste!

-¡Ah, no! ¡Yo no voy! No quiero morir tan joven… ¡y virgen! Yo sí amo la vida

-Entonces simplemente dime exactamente donde las pusiste

-Mira, tus sandalias las encerré en la taza donde tú y tus papás hacen popo; y aquellas horrendas zapatillas las metí en una bolsa y me las arreglé para guardarlas en el cajón de ropa sucia que escondes en el buró de arriba, aquella que lleva como dos meses que no lavas. Ahí las dejé.

-¿Cómo es posible que tu solo hayas hecho todo eso?

-¡Oh, ya ves! Nada es imposible nena.

Todo era muy extraño. Lalo comenzó a reír para luego echarse de nuevo en su almohada. Yo me apresuré y caminé hasta el baño. La puerta estaba cerrada. Toqué, pero nadie contestó. Miré el picaporte. La puerta no tenía el seguro puesto, pero aún así, me faltaba valor para poder entrar. “¡Rayos! ¿Qué era todo esto? ¿De verdad me estaba pasando? Si es verdad que los zapatos hablan y se quejan, entonces la ropa también. ¡No! ¿O sí? Bueno, para resolver mis dudas sólo me basto estirarme los calzones y preguntarles si les gustaba el detergente con el cual los había lavado, pero como lo supuse, los calzones nunca me contestarían ni esa ni ninguna otra pregunta ¡porque los calzones no hablan! ¿Pero entonces por qué los zapatos lo hacen? ¡Mentira de Lalo! Pero, pues, también… ¿Cómo es posible que un perro pueda hablar? Quizá yo tengo la culpa de todo por haberle puesto el nombre del estúpido de Lalo (mi ex). Aún así, no creo que por ponerle a un animal un nombre de persona, éste como por arte de magia, comience a hablar como si fuera todo un ser humano. Porque si eso fuera cierto, los animales del zoológico que visité el año pasado me habrían hablado también. A lo mejor no quisieron. O talvez, fui yo lo que no me dispuse a escuchar.” En fin. Tenía que enfrentarlo. Así que lentamente, abrí la puerta del baño. De repente, sentí como si alguien, o algo, me hubiera golpeado con un zapato en los ojos y en la cabeza. Caí inconsciente.

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